En la Ciudad de México, el Día Mundial del Libro, celebrado cada 23 de abril, pone de manifiesto la persistencia de las librerías de viejo, establecimientos que otorgan múltiples vidas a los libros. Estas librerías enfrentan un panorama cambiante en la venta de ejemplares de segunda mano, lo que obliga a sus propietarios a idear nuevas estrategias para conectar con los lectores en la era digital.
Judith Medina, propietaria de JMA Libros e hija de un librero con una larga tradición familiar, observa una notable disminución en las visitas a las librerías físicas tras la pandemia y el auge de la era digital. Al igual que otros libreros con linajes que se remontan incluso al siglo XIX, constata cómo los formatos electrónicos han ganado terreno entre los lectores, especialmente en el ámbito de los libros escolares, aunque persiste un nicho de compradores de libros físicos.
Marcela López, dueña de la librería Salvador Novo, lamenta la preferencia por los formatos PDF sobre los libros físicos, señalando una disminución en la valoración del objeto libro, incluso en obras clásicas. A pesar de los desafíos económicos que enfrentan las librerías físicas, como el pago de rentas y personal, considera que la visita a estos espacios sigue siendo la mejor manera de descubrir nuevas lecturas.
La emblemática Calle de Donceles, que durante décadas fue el corazón del libro en la ciudad, ha experimentado una reducción en el número de librerías. El cierre de algunos establecimientos se atribuye a los efectos de la pandemia, al aumento de las rentas derivado de la gentrificación y a las constantes interrupciones viales por manifestaciones en el centro histórico. Este declive se suma a las estadísticas que indican que solo un porcentaje limitado de la población adulta en México declara haber leído algún material.
Ante este panorama, las librerías de viejo se han visto en la necesidad de expandir su presencia al ámbito digital, utilizando plataformas de compra-venta y redes sociales para exhibir sus catálogos. Francisco López, de las librerías El Tomo Suelto, reconoce que si bien estas plataformas ofrecen una vía de venta, las altas comisiones y los costos de envío representan un desafío tanto para vendedores como para compradores.
A pesar de las limitaciones y las políticas cambiantes de las redes sociales, muchos libreros han encontrado en plataformas como Facebook e Instagram un espacio para promocionar sus libros y conectar con un público más amplio. Max Ramos, de la Librería Jorge Cuesta, ha logrado acumular un significativo número de seguidores en Instagram, estrategia que le ha reportado beneficios e incluso la expansión de su negocio.
La dinámica de las redes sociales también ha impulsado la creación de nuevos espacios físicos para la compra-venta de libros, como el bazar de libros de San Fernando. Este mercado, con orígenes en las entregas de libros en estaciones de metro, se ha consolidado como un colectivo autónomo de libreros que además organiza eventos culturales y apoya a la comunidad local.
A pesar de la rica tradición librera de la Ciudad de México, con un número considerable de establecimientos registrados, no existe una cifra precisa de cuántas se dedican específicamente al libro de viejo o antiguo. Los libreros reconocen la falta de iniciativas gubernamentales para valorar su patrimonio cultural, aunque agradecen el reconocimiento otorgado por instituciones académicas. Lingüistas y escritores destacan el papel de los libreros como custodios de un patrimonio colectivo y centros de creación viva, aunque señalan la necesidad de profesionales con un profundo conocimiento del oficio para enriquecer aún más la experiencia del lector.